Se acaba el mes de diciembre y resulta muy difícil sustraerse a la tentación de hacer balance. Finalizar el año y ponerse a recapitular es todo uno y empieza a ser un deporte tan popular como el fútbol de los domingos o comer palomitas en el cine.
Menudean las sensaciones negativas y las palabras que tienen que ver con desaceleración, freno e incluso marcha atrás, por no nombrar a la bicha de la crisis; y siempre como terrible telón de fondo una cifra que de ninguna forma se nos podrá olvidar el 11 de septiembre.
Puede que resulte muy humano acordarse fácilmente lo malo y tenerse que esforzar para hacer lo propio con aquello que nos endulzó la vida, aunque sólo fuera un instante; quizá porque como sabemos muy bien los periodistas una buena noticia no es noticia.
Y la cuestión no es tanto las dificultades que hemos pasado, sino las nubes negras que los meteorólogos de la previsión y el análisis se empeñan en vaticinar, arrastrados tanto por los frentes altos del Atlántico, como por las bajas presiones procedentes de las Islas Británicas.
El panorama pinta en bastos, pero como la esperanza es lo último que se pierde, estaría muy bien que al igual que los profesionales de la previsión erraron clara y meridianamente en sus pronósticos para 2001, el próximo año repitieran la hazaña, eso sí, en sentido contrario.
Felices fiestas a todos.
