El castigo de la duda

Publicado el 09 Mar 2001

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A lo largo del último mes hemos sido testigos del duro castigo infligido por los mercados financieros a la mayoría de los operadores europeos de telecomunicaciones, a los que han penalizado revisando sus calificaciones de solvencia a la baja, mostrando escasa atención a las hasta tiempos muy recientes espectaculares salidas de sus filiales de móviles a Bolsa, por no detenernos en la continua caída que, sesión tras sesión bursátil, han registrado estos valores.

El descalabro es tanto más significativo cuanto se trata de empresas que operan en un sector crítico para la economía de los países más avanzados y con un historial de estabilidad y crecimiento sostenido, como pocas pueden demostrar poseer.

Los inversores han demostrado bien a las claras su descontento, en algunos casos aproximándose peligrosamente a la irritación, con la política seguida por estas compañías en su expansión internacional y, particularmente, en el negocio UMTS.

En este mercado se ha pasado del extremo de una extraña y desconocida euforia compradora al más profundo retraimiento y contracción, en un reconocimiento de que un alto endeudamiento con, en el mejor de los casos, reducidas expectativas de beneficio de las operadoras y una casi total ausencia de claridad en las ideas sobre cómo y en qué plazo será rentable este negocio no es la mezcla más seductora para ningún inversor.

Y con ser grave, la situación se agudiza aún más cuando se ve su reflejo en esos otros actores, los suministradores, que constituyen junto a los usuarios la otra piedra angular de este mercado.

Si a los operadores los últimos vientos bursátiles les han soplado a contramano, a los proveedores prácticamente les ha rugido la galerna.

Una gran parte de la industria ha apostado por la tercera generación y su estrategia parece que les va a estallar entre las manos, víctima de la desconfianza que hoy suscita el UMTS. Los que más directamente se han implicado en este negocio, con medidas que contemplan incluso financiar sus propios equipos y ayudar a los operadoras en las múltiples facetas que afectan al despliegue de una tecnología tan compleja como ésta, son los que están padeciendo con mayor rigor el castigo del mercado.

No han tardado en llegar, por tanto, las primeras medidas para intentar capear el temporal. Ya se han anunciado reducciones de miles de puestos de trabajo y la externalización de la producción de determinadas gamas de productos, cediendo a otras empresas la responsabilidad de algunos procesos de fabricación con la intención de ganar competitividad.

Cabría cuestionarse si esta dura reacción del mercado no es tan desproporcionada como en su día lo fue la euforia con la que se abordó las subastas de las primeras licencias UMTS. La única respuesta posible es sí.

A pesar de las dudas, más o menos razonables, la tercera generación móvil no puede dejar de ser un gran negocio de la noche a la mañana, ni se puede pasar del negro al blanco sin recorrer la escala de grises. Sin dejar de reconocer las dificultades, que las hay, la apuesta realizada por operadores y suministradores es demasiado elevada para permitirse que UMTS no sea un éxito.

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Redacción

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