El gran momento de la banda ancha está a punto de llegar. En los próximos años, aunque los más optimistas apuntan a que sólo habrá que esperar unos meses, el que hasta ahora había resultado ser un bien escaso, caro y sólo al alcance de las grandes organizaciones empresariales e instituciones estará disponible de forma generalizada y a un precio asequible para todos los usuarios, como resultado del proceso de democratización en el que industria y consumidores están inmersos y empeñados.
La banda ancha tiene todas las bazas para convertirse en el protagonista más revolucionario de las comunicaciones de este principio de siglo, tanto por la cantidad, calidad y variedad de servicios que hará posible, como por su cualidad de llegar a esa categoría de usuarios que, por catalogarse bajo la etiqueta de final o residencial, no siempre es receptora ni beneficiaria de las ofertas más avanzadas en la forma y plazo más adecuado.
Por fin parece que se hará realidad el viejo y acariciado sueño de la velocidad y la multimedia a un precio razonable, tantas veces anunciado y muchas más retrasado. Los operadores se muestran comprometidos con la idea de proporcionar más capacidad y aplicaciones novedosas a sus clientes, empujados por la necesidad de ser más competitivos y diferenciarse en un mercado en el que las ofertas se multiplican y la brecha entre usuarios con conexiones normales y de alta capacidad y velocidad, se convierte casi en abismo insuperable.
La banda ancha tiene todos los ases en su mano para llegar a ser el elemento detonante de los nuevos modelos de negocio y en la llave que llevará las comunicaciones de futuro al hogar de cada ciudadano.
