Es muy posible que el concepto de Nación sea inevitablemente cerrado. De modo contrario, el ámbito urbano siempre ha sido lugar idóneo para identidades abiertas, solidarias y capaces de compartir la soberanía. Lleva siendo así desde hace siglos. La expresión de Max Weber, “el aire de la ciudad hace libre”, es más cierta que nunca.
Bien es cierto que, en tiempos difíciles, la tentación de atrincherarse tras los referentes tradicionales, conocidos y cotidianos es muy grande. Al fin y al cabo, es verdad que la economía está globalizada pero la experiencia de los ciudadanos sigue siendo nacional y, por encima de todo, local.
La economía está globalizada pero la experiencia de los ciudadanos sigue siendo nacional y, por encima de todo, local
La cultura nacional, por lo general, se basa (o al menos lo ha hecho hasta la fecha) en la presunta homogeneidad de los ciudadanos que pueblan el Estado. Pero esta idea, en unas sociedades con un acceso virtualmente ilimitado y creciente a nuevas realidades y que se hacen más diversas y heterogéneas a cada minuto, está completamente fuera de lugar y genera no pocos problemas. En resumen, las ciudades son identidades abiertas frente a las naciones que tienden a ser lo contrario. Seducen porque en su variedad hay una siempre promesa de nuevas oportunidades, de cambio.
Dicho así parece simplemente maravilloso, pero este contexto genera nuevos retos e inéditas tensiones a estas identidades que compiten entre sí cada día más y deben, a la vez que lo hacen y precisamente por hacerlo, como si fueran malabaristas de platos chinos, desarrollar modelos de gestión sostenible, mejorar la calidad de vida de unos ciudadanos cada día más exigentes y enfatizar aspectos como la potenciación del capital humano, el uso inteligente de las inversiones, promover la administración electrónica y avanzar en la atención personalizada. Por solo por citar algunos retos evidentes.
Las ciudades compiten, como decimos, para ser más atractivas en calidad de vida (esa idea de esquiva definición), en el desarrollo de su industria y servicios y en la captación de turismo e inversiones de valor añadido.
Los Gobiernos locales juegan un papel clave en este reto. Y precisamente por ello, deben orientar su gestión a lograr una mayor actividad económica y generar crecimiento. Porque sin crecimiento, no nos engañemos, no puede existir progreso. Hay que apoyarse decididamente en las nuevas tecnologías, en la innovación como actitud y en gestión del conocimiento y el talento.
La relevancia de estas Corporaciones radicará en su capacidad de dar respuesta a las expectativas y necesidades de los ciudadanos y empresas. El futuro de la gestión gubernamental urbana pasa, por tanto, por crear nuevas posibilidades y hacerlo con la mayor calidad y eficiencia.
Estos gobiernos se enfrentan a viejos retos y a otros completamente nuevos que no siempre resultan sencillos ni siquiera de formular. Y no olvidemos que los desafíos solo se convierten en retos cuando se formulan enmarcados en tareas de mayor envergadura. Tareas tales como implementar iniciativas eficaces para incrementar la competitividad, fomentar nuevos modelos de gobernanza transparente en el que participen activamente las empresas, los ciudadanos y las organizaciones civiles y apostar decididamente, no me cansaré de repetirlo, por la transformación digital como vehículo de unas sociedades urbanas cada día mejor informadas e interrelacionadas.
El fomento de las nuevas tecnologías como elemento clave para la generación de empleo y la dinamización del tejido empresarial urbano y la adaptación de la vida de las ciudades a una población crecientemente envejecida resulta absolutamente fundamental
En mi opinión, y estoy muy lejos de ser el único que lo cree, el fomento de las nuevas tecnologías como elemento clave para la generación de empleo y la dinamización del tejido empresarial urbano y la adaptación de la vida de las ciudades a una población crecientemente envejecida resulta absolutamente fundamental.
Efectivamente las ciudades son, sobre todo, lugares de identidades abiertas. Lugares donde hay que ser capaces de encontrar denominadores comunes entre los extraños que las poblamos. La diversidad es evidente y genera siempre conflicto. Pero esa misma diversidad y ese conflicto serán, para aquellas que sean capaces de verlo, claros portadores de oportunidades y de progreso.