Aunque suele decirse que el papel de estos gurús es el de adelantarse al común de los mortales para decirnos lo que nos deparará el futuro y, a continuación, explicarnos por qué sus predicciones no se hicieron nunca realidad, lo que sí es cierto es que no hace falta ser un lince para darse cuenta que no partimos de la mejor de las situaciones para abordar este largo camino de doce meses.
La industria de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones ya venía tocada por el enorme esfuerzo inversor realizado por las empresas de todo el mundo preparándose para afrontar el tan temido, efecto 2000.
El año 2000 llegó, fue y se marchó y aquellas catástrofes que se preveían en sucesión casi geométrica quedaron reducidas a la categoría de meras anécdotas, no tanto porque se hubiera exagerado en su diagnóstico, sino porque se trabajó con seriedad y se efectuaron las inversiones, cuantiosas pero necesarias, para atajar sus consecuencias negativas. Y por mucho que a posteriori se criticaran por desproporcionadas e inútiles a la vista de los escasos problemas surgidos, llegándose casi a calificarlas de maniobra de marketing de la industria para engrosar su cuenta de resultados, lo que no se puede negar es que saneó y actualizó las estructuras tecnológicas empresariales que quedaron en estado de revista para afrontar el futuro.
A continuación, casi sin tiempo para recobrar el aliento, se inició el calvario de las puntocom. Frente al desenfreno y la locura, que azotó al sector de las TI, el mercado hizo valer sus razones y su lógica aplastante pasó como un rodillo imparable que arrastró a su paso a un buen número de esas puntocom que no contaban con un proyecto sólido a sus espaldas.
Con ese fantasma de la crisis planeando sobre una industria que midió mal sus fuerzas y pinchó en proyectos tan emblemáticos como el UMTS, el atentado contra las Torres Gemelas del 11 de septiembre vino a dar la puntilla a una situación de por sí más que delicada.
Sobre las secuelas de tan terrible acontecimiento es ocioso incidir una vez más, aunque entre todas ellas, si no la peor por lo menos una de las más negativas, haya que señalar la del miedo, a secas o con cualquier otro calificativo que queramos emplear. Un miedo paralizante que ha llevado al paro a miles de trabajadores, enterrado en una montaña de números rojos a un gran número de empresas y puesto en entredicho la solvencia de un sector pujante en el que nunca han faltado ideas ni proyectos.
Es el momento de replantearse con realismo y prudencia el futuro. No hay que escudarse en la coartada fácil del miedo para justificar la paralización, la incapacidad para sacar adelante iniciativas necesarias, la inacción, en suma, que de prolongarse mucho más en el tiempo, haría muy compleja la reactivación de un sector que tiene que reunir el valor suficiente para dar un paso al frente y avanzar en la senda de la recuperación para ganarse el derecho a triunfar en el futuro.